Damón y Pitias
Esta historia transcurre en la ciudad-estado siciliana de Siracusa, en el siglo
IV antes de Cristo. El orador romano Cicerón nos cuenta que Damón y Pitias eran seguidores del filosofo Pitágoras.
Aún hoy, su historia es ejemplo de la amistad sin reservas que brinda todos los
motivos para la confianza y no deja margen para la duda. Damón y Pitias habían sido excelentes amigos desde la infancia. Cada cual confiaba
en el otro como en un hermano, y cada cual sabía en su corazón que sería capaz de todo por su amigo. Con el tiempo llegó el momento de demostrar la hondura de su devoción. Sucedió de esta manera.
Dionisio, el monarca de Siracusa, se fastidió cuando oyó los discursos que pronunciaba Pitias. El joven estudioso decía al público que ningún hombre debía ejercer poder ilimitado sobre otro, y que los tiranos eran reyes injustos. En un arrebato de ira, Dionisio convocó a Pitias y su amigo.
- ¿ Quiénes creéis que sois, para sembrar el descontento entre la gente ? - Preguntó.
- Yo sólo digo la verdad - respondió Pitias -. No puede haber nada de malo en
ello.
- ¿ Y tu verdad sostiene que los reyes tienen demasiado poder y que sus leyes
no son buenas para sus súbditos ?
- Si un Rey ha tomado el poder sin autorización del pueblo, eso es lo que yo
diría.
- Estas palabras son traición - gritó Dionisio -. Estas conspirando para derrocarme. Retráctate de tus palabras, o enfrenta las consecuencias.
- No me retractaré - respondió Pitias.
- Entonces morirás. ¿ Tienes un último pedido ?
- Sí. Déjame ir a casa para despedirme de mi esposa y mis hijos, y para poner
mis cosas en orden.
- Veo que no sólo crees que soy injusto, sino que además soy estúpido -rió desdeñosamente Dionisio -. Si te dejo salir de Siracusa, no volveré a verte.
- Te haré un juramento.
- ¿ Qué clase de juramento podrías hacer que me indujera a creer que regresarás? - preguntó Dionisio.
En ese momento Damón, que había permanecido en silencio, se adelantó.
- Yo seré su garantía - dijo -. Reténme en Siracusa, como prisionero, hasta el
regreso de Pitias. Nuestra amistad es bien conocida. Puedes tener la certeza
de que Pitias regresará mientras me tengas aquí.
Dionisio estudió en silencio a ambos amigos.
- Muy bien - dijo al fin-. Pero si deseas tomar el lugar de tu amigo, debes estar
dispuesto a aceptar su sentencia si él rompe su promesa. Si Pitias no regresa
a Siracusa, morirás en su lugar.
- Él mantendrá su palabra - respondió Damón -. No tengo la menor duda de ello.
Pitias obtuvo autorización para irse por un tiempo, y Damón fue a dar a la cárcel.
Al cabo de varios días, como Pitias no aparecía, Dionisio no pudo con su curiosidad y fue a la prisión para ver si Damón se arrepentía del trato que había hecho.
- Tu tiempo se está acabando - se mofó el monarca de Siracusa -. Será inútil
pedir piedad. Fuiste un necio en confiar en la promesa de tu amigo. ¿ De veras
creíste que sacrificaría su vida por tí o por cualquier otro ?
- Sólo ha sufrido una demora - respondió Damón sin inmutarse -. Los vientos le
han impedido navegar, o tal vez ha sufrido un accidente en la carretera. Pero
si es humanamente posible, él regresará a tiempo. Creo en su virtud tanto como en mi existencia.
Dionisio se asombró de la confianza del prisionero.
- Veremos - dijo, y dejó a Damón en su celda.
Llegó el día fatal. Damón fue sacado de la prisión y conducido ante el verdugo.
Dionisio lo saludó con una sonrisa socarrona.
- Parece que tu amigo no ha llegado - rió -. ¿ Qué piensas ahora de él ?
- Es mi amigo - respondió Damón -. Confío en él.
Y mientras hablaba, las puertas se abrieron y Pitias entró tambaleándose. Estaba pálido y magullado, y apenas podía hablar de cansancio. Se arrojó en brazos de su amigo.
- Estás a salvo, loados sean los dioses - jadeó -. Parece que los hados conspiraban contra nosotros. Mi barco naufragó en una tormenta, y luego me atacaron salteadores. Pero me negué a abandonar mis esperanzas, y logré llegar a tiempo. Estoy dispuesto a cumplir mi sentencia de muerte.
Dionisio quedó atónito al oír estas palabras, y sus ojos y su corazón se abrieron. Era imposible resistir el poder de semejante constancia.
- La sentencia queda revocada - declaró -. Nunca creí que tanta fe y lealtad
pudieran existir en la amistad. Me has demostrado cuán equivocado estaba, y es justo que seas recompensado con tu libertad. Pero a cambio os pediré un gran servicio.
- ¿ A qué te refieres ? - preguntaron los amigos.
- Enseñadme a formar parte de una amistad tan noble.
Esta historia transcurre en la ciudad-estado siciliana de Siracusa, en el siglo
IV antes de Cristo. El orador romano Cicerón nos cuenta que Damón y Pitias eran seguidores del filosofo Pitágoras.
Aún hoy, su historia es ejemplo de la amistad sin reservas que brinda todos los
motivos para la confianza y no deja margen para la duda. Damón y Pitias habían sido excelentes amigos desde la infancia. Cada cual confiaba
en el otro como en un hermano, y cada cual sabía en su corazón que sería capaz de todo por su amigo. Con el tiempo llegó el momento de demostrar la hondura de su devoción. Sucedió de esta manera.
Dionisio, el monarca de Siracusa, se fastidió cuando oyó los discursos que pronunciaba Pitias. El joven estudioso decía al público que ningún hombre debía ejercer poder ilimitado sobre otro, y que los tiranos eran reyes injustos. En un arrebato de ira, Dionisio convocó a Pitias y su amigo.
- ¿ Quiénes creéis que sois, para sembrar el descontento entre la gente ? - Preguntó.
- Yo sólo digo la verdad - respondió Pitias -. No puede haber nada de malo en
ello.
- ¿ Y tu verdad sostiene que los reyes tienen demasiado poder y que sus leyes
no son buenas para sus súbditos ?
- Si un Rey ha tomado el poder sin autorización del pueblo, eso es lo que yo
diría.
- Estas palabras son traición - gritó Dionisio -. Estas conspirando para derrocarme. Retráctate de tus palabras, o enfrenta las consecuencias.
- No me retractaré - respondió Pitias.
- Entonces morirás. ¿ Tienes un último pedido ?
- Sí. Déjame ir a casa para despedirme de mi esposa y mis hijos, y para poner
mis cosas en orden.
- Veo que no sólo crees que soy injusto, sino que además soy estúpido -rió desdeñosamente Dionisio -. Si te dejo salir de Siracusa, no volveré a verte.
- Te haré un juramento.
- ¿ Qué clase de juramento podrías hacer que me indujera a creer que regresarás? - preguntó Dionisio.
En ese momento Damón, que había permanecido en silencio, se adelantó.
- Yo seré su garantía - dijo -. Reténme en Siracusa, como prisionero, hasta el
regreso de Pitias. Nuestra amistad es bien conocida. Puedes tener la certeza
de que Pitias regresará mientras me tengas aquí.
Dionisio estudió en silencio a ambos amigos.
- Muy bien - dijo al fin-. Pero si deseas tomar el lugar de tu amigo, debes estar
dispuesto a aceptar su sentencia si él rompe su promesa. Si Pitias no regresa
a Siracusa, morirás en su lugar.
- Él mantendrá su palabra - respondió Damón -. No tengo la menor duda de ello.
Pitias obtuvo autorización para irse por un tiempo, y Damón fue a dar a la cárcel.
Al cabo de varios días, como Pitias no aparecía, Dionisio no pudo con su curiosidad y fue a la prisión para ver si Damón se arrepentía del trato que había hecho.
- Tu tiempo se está acabando - se mofó el monarca de Siracusa -. Será inútil
pedir piedad. Fuiste un necio en confiar en la promesa de tu amigo. ¿ De veras
creíste que sacrificaría su vida por tí o por cualquier otro ?
- Sólo ha sufrido una demora - respondió Damón sin inmutarse -. Los vientos le
han impedido navegar, o tal vez ha sufrido un accidente en la carretera. Pero
si es humanamente posible, él regresará a tiempo. Creo en su virtud tanto como en mi existencia.
Dionisio se asombró de la confianza del prisionero.
- Veremos - dijo, y dejó a Damón en su celda.
Llegó el día fatal. Damón fue sacado de la prisión y conducido ante el verdugo.
Dionisio lo saludó con una sonrisa socarrona.
- Parece que tu amigo no ha llegado - rió -. ¿ Qué piensas ahora de él ?
- Es mi amigo - respondió Damón -. Confío en él.
Y mientras hablaba, las puertas se abrieron y Pitias entró tambaleándose. Estaba pálido y magullado, y apenas podía hablar de cansancio. Se arrojó en brazos de su amigo.
- Estás a salvo, loados sean los dioses - jadeó -. Parece que los hados conspiraban contra nosotros. Mi barco naufragó en una tormenta, y luego me atacaron salteadores. Pero me negué a abandonar mis esperanzas, y logré llegar a tiempo. Estoy dispuesto a cumplir mi sentencia de muerte.
Dionisio quedó atónito al oír estas palabras, y sus ojos y su corazón se abrieron. Era imposible resistir el poder de semejante constancia.
- La sentencia queda revocada - declaró -. Nunca creí que tanta fe y lealtad
pudieran existir en la amistad. Me has demostrado cuán equivocado estaba, y es justo que seas recompensado con tu libertad. Pero a cambio os pediré un gran servicio.
- ¿ A qué te refieres ? - preguntaron los amigos.
- Enseñadme a formar parte de una amistad tan noble.